-En el aspecto físico:
La consideración rigurosamente científica del origen del universo es un problema relativamente nuevo. Sin embargo, su incorporación al pensamiento humano puede considerarse como muy antigua. Aunque nuestros conocimientos sobre la historia humana oral y escrita tienen menos de 5.000 años, se desprende de distintos datos arqueológicos que el hombre tiene preocupación por el mundo en el que vive y se forma ideas sobre el universo como un todo, desde mucho antes. Podemos afirmar que los rastros se pierden en el tiempo.
Cuando el hombre se hizo agricultor, necesitó escrutar los cielos para regular mejor los períodos de siembra y cosecha y así conseguir mayor eficiencia en su nuevo modo de supervivencia. Entonces la observación de la naturaleza, y fundamentalmente del comportamiento cíclico en los movimientos de los cielos, se convirtió en una tarea importante. Esa ocupación le permitió coleccionar durante un par de milenios un conjunto de observaciones, que se acumularon paralelamente a las diferentes teorías que desarrolló para explicarlos.
Estas descripciones teóricas en ningún caso pueden ser consideradas como científicas, ni siquiera aquellas que contienen aciertos descriptivos. No son científicas porque faltan varios de los elementos que hoy consideramos básicos para formar ese discurso. De cualquier manera, le proporcionaron al hombre una visión de conjunto sobre lo que observaba y en algunos fenómenos claramente recurrentes, le permitieron incluso predecir futuras consecuencias, un objetivo básico de la ciencia actual.No es el caso desarrollar aquí una historia detallada de esos pasos iniciales. Las primeras interpretaciones que analizaban las regularidades observadas considerando las “esferas celestes” (homocéntricas) pensadas para ubicar las estrellas “fijas”, y la inclusión de los epiciclos y deferentes para explicar los movimientos planetarios, fueron un avance importante en la construcción de una primitiva “ciencia de la totalidad” o “cosmología”. Estas cosmologías primitivas se desarrollaron y progresaron en verdaderas escuelas de pensamiento que hoy se recuerdan junto a los nombres de Hiparco, Apolonio, Aristóteles o Claudio Ptolomeo. (LINK:
http://www.unav.es/cryf/origenuniverso.html#titulo2)
-En ell aspecto religioso:
El panorama que hemos presentado hasta aquí se deriva del método científico. Según este método, las teorías son confirmadas o abandonadas si los resultados de los experimentos y observaciones sobre la realidad no verifican las conclusiones que se han anticipado. En ocasiones, esos mismos experimentos proporcionan datos novedosos que no encajan en las teorías existentes y que requieren nuevas formulaciones. En su conjunto, el desarrollo de este método implica un proceso interactivo donde teoría y experiencia se modifican mutuamente hasta lograr avances en nuestra cosmovisión, que recién cuando se logra la síntesis consideramos como segura. Una seguridad relativa, que se mantiene dentro del marco de validez en el cual las ideas han sido comprobadas.
El concepto de Universo que analizaremos en esta segunda parte proviene de fuentes muy distintas a la ciencia. En este caso, los conceptos sobre los cuales se debe razonar (y que como veremos, llaman a obrar en consecuencia), provienen de una experiencia espiritual en cuyo inicio se sitúa Dios mismo. Y Dios no es una idea filosófica. Para todos los monoteístas es una Persona. Es el Ser por excelencia, el único Ser Necesario, según el mismo se nos ha revelado: Dios es el que Es, es decir, el único ser que Es por sí mismo. Los demás somos seres contingentes, creados por Él.
Cuando afirmamos que somos seres contingentes, no introducimos ninguna novedad respecto de la visión anterior: para la ciencia, esto también es una evidencia. El hombre no ha creado el universo ni se ha creado a sí mismo, y por lo tanto, respecto de la naturaleza también somos contingentes. Pero en nuestra concepción religiosa hay una diferencia fundamental, Dios se sitúa por encima de la naturaleza, es tanto Creador de la naturaleza como Creador nuestro. En este sentido Dios es superior al destino, a diferencia de otras religiones de la antigüedad que, como la griega, suponían a sus dioses sometidos a éste.
El punto de partida, nuestra primera afirmación en este camino es, entonces, nuestro reconocimiento personal y la aceptación (al menos), de la posibilidad de existencia de ese Ser. Sin este paso no podemos avanzar ni entender la nueva concepción del universo que nos plantea la fe.
Ese paso de afirmación nunca es completo, no carece de dudas, ni es el único en la vida de un hombre. Podemos identificar y observar en otros seres humanos los avances y los retrocesos en el crecimiento de su relación con Dios. Una relación que se construye mediante la reflexión pero fundamentalmente, mediante experiencias espirituales en las cuales cada ser humano comienza a considerar por distintos caminos, que ese universo físico del cual él mismo forma parte, en el que se desarrolla y evoluciona, al cual se asoma con su pensamiento, tiene un sentido. Un sentido que como hombre puede llegar a comprender.
Entonces, la imagen que el hombre se forma a partir de la fe, no es la de un universo producto del azar ni de fuerzas ciegas y extrañas. Tiene un propósito establecido, una dirección de evolución hacia un fin determinado que lo justifica y lo trasciende. El hombre entiende que si bien él mismo es una criatura, una parte casi insignificante de la creación, su Creador se preocupa, gratuitamente, por su crecimiento y desarrollo dentro de ese sentido global que dio al universo.
La experiencia de la fe no es una experiencia fácil ni masiva. Se inicia personalmente, se desenvuelve persona a persona, a media luz y en voz baja. Dios se manifiesta mediante “un susurro” (Salmo 18, versículos 2-3), como una “leve brisa” (Elías) o se oculta “tras una nube” (Moisés). A nosotros nos llega por medio de un libro, la palabra de un amigo, una enfermedad,... por mil caminos que debemos aprender a transitar para reconocerle. Dios no fuerza la libertad humana, el hombre tiene en cada etapa de crecimiento personal la posibilidad de aceptarlo o de negarlo, de comprenderlo o rechazarlo.
Pero el crecimiento y la maduración del contenido de la fe, el dogma, no es tarea individual, fruto de un pensador solitario, sino que se deriva de una experiencia comunitaria desplegada a lo largo de una historia de milenios. Por ello, en el comienzo de esta segunda explicación del origen del universo, el ser humano no involucra sólo su raciocinio; necesita aceptar personalmente que Dios le confiere un sentido maravilloso a esa realidad que él, como hombre, observa, sufre y modifica. Asume también que ese sentido escapa a su voluntad y que sobrepasa a la razón y al conocimiento humanos. El hombre no es autor del proyecto de la creación, pero puede escrutar sus huellas y formular teorías, que siempre dependerán de la revelación. Al cambiar su cultura con los tiempos, ese sentido sobre su destino no se le manifiesta de manera inmutable, de una vez y para siempre. Su interpretación se desarrolla en la historia y evoluciona según progresan los conocimientos humanos. Su experiencia personal tiene sentido como una prolongación de la experiencia que tienen de Dios muchos otros hombres: un pueblo entero, el “pueblo de Dios”. Comunidad de fe a quien Dios elige no por mérito, sino gratuitamente, por amor. La fe no es nuestra fe, es la Fe de toda la Iglesia.
Detrás de cada interpretación científica sobre el universo que los hombres construimos, cada vez de manera más compleja y perfecta, resplandecerá ese sentido que Dios le ha dado y vendrá a iluminar el conocimiento que nos forjamos con la razón. Recién comprendemos completamente la naturaleza cuando además de observarla con los ojos de la ciencia, vemos su sentido con relación al plan de Dios. Entonces se vuelve transparente e inteligible, inteligibilidad que no es obra humana, nos viene de Dios, del hecho de compartir con el resto de la creación el carácter de criaturas.
Al conjunto de esa explicación en la historia la llamamos Revelación, y es la base del contenido de nuestra fe. Esa fe nos permitirá interpretar lo que el universo significa para el hombre cuando se le dota de sentido histórico, trascendente y escatológico. La revelación es a la fe, lo que el conocimiento es a la razón.
Ese conocimiento reconoce dos fuentes concretas: la Tradición y las Sagradas Escrituras. La Tradición oral, es anterior a las Sagradas Escrituras. Las sagradas escrituras recogen la revelación, en primer lugar, la que Dios otorga al pueblo de Abraham y de Jacob por medio de sus profetas, y luego, ya definitivamente, por medio de su Palabra encarnada: el Logos, Jesucristro nuestro Señor. A través de los discípulos que Él eligió, llega al pueblo de Dios, y por su intermedio debe llegar a todo el resto de la especie humana.
Para los católicos, la Tradición se expresa por el Magisterio de la Iglesia, depositaria del contenido de ese Logos y responsable de su adecuación a cada momento histórico, de la adecuación a “los signos de los tiempos”. Esas son las dos fuentes inseparables que tiene la fe cristiana para interpretar el origen del universo: la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. (LINK:
http://www.unav.es/cryf/origenuniverso.html#titulo8)